Un artículo de Salvador García, publicado en Diario de Avisos.
Es difícil, por no decir imposible, encontrar en el mundo algún país que no haya experimentado los efectos del cambio climático. Hay que combatirlo y adaptarlo sí. Y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Y adoptar las medidas necesarias para encarar un futuro solidario y compatible con la seguridad climática y los límites del planeta. En las acciones a emprender, todos somos necesarios y válidos pues los esfuerzos y recursos que se inviertan en políticas y estrategias nacionales precisarán de convicciones y decisiones comprometidas. Para decirlo con un dato: esas emisiones son un 50 % superior al nivel de 1990. Recientemente hemos visto los estragos que causó en nuestro país la tormenta Filomena y las imágenes de esta semana en Texas (Estados Unidos) o Grecia son más que ilustrativas. El polvo del desierto del Sahara se extiende por todos lados. Pero recordemos también que el calentamiento global está produciendo cambios constantes en el sistema climático. Sin ir más lejos, 2019 fue el segundo año más caluroso de todos los tiempos, según han confirmado en la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Cuando se habla de pérdidas causadas por catástrofes relacionadas con el clima, nos damos cuenta de la dimensión del fenómeno. Son cientos de miles de millones de dólares, además del impacto humano de las catástrofes geofísicas. La advertencia que llega desde la propia ONU es tajante: “Es necesario tomar medidas urgentes para abordar la emergencia climática con el fin de salvar vidas y medios de subsistencia”. Resulta obligado mencionar que la lucha contra el cambio climático es uno de los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) aprobados por la Organización y que viene siendo objeto de difusión y activismo en instituciones y administraciones de todo el mundo.
La resolución establece en su primer apartado que se trata de fortalecer la resiliencia y la capacidad de adaptación a los riesgos relacionados con el clima y los desastres naturales en todos los países.
Es evidente que se hace necesario mejorar la educación, la sensibilización y la capacidad humana e institucional a efectos de mitigar el cambio climático y la adaptación a él, la reducción de sus efectos y la alerta temprana. Se alude también a la puesta en marcha y funcionamiento regular del denominado Fondo Verde para el Clima que hay que capitalizar. Sobre todo después de que Joe Biden tomara posesión como presidente de los Estados Unidos y firmase tres órdenes ejecutivas para plasmar las posiciones que devuelven el compromiso y la implicación en esta causa. La reducción de emisiones de petróleo, carbón y gas, así como el impulso a la producción de energías limpias centran unos objetivos que la prensa americana ha calificado de ambiciosos.
Ahora habrá que estar atentos la cita de Glasgow (Escocia) el próximo mes de noviembre. Se celebra la denominada Conferencia de las Partes (COP 26) de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático pues es previsible que adopte decisiones relativas a los asuntos anteriormente mencionados como los gases de efecto invernadero, el freno al calentamiento global y el salto efectivo en el desarrollo económico sostenible. Los gobernantes del mundo deben tener eso muy presente: ante el escepticismo que predomina en todo el mundo, hay que ser muy prácticos. La población tiene que palpar y darse cuenta de que los esfuerzos empiezan a dar frutos. Y que el éxito del combate depende de todos.